Mis pasos suenan demasiado ruidosos en la casa vacía. Quizá suenan todavía
más potentes en mi cabeza tus palabras. El sol entra por los cristales sucios y
rotos de las ventanas sin cortinas. Un paso. Otro paso. Y otro. La cocina
parece demasiado grande sin una mesa, ni sillas, ni ese olor a la paella del
domingo. A cambio, un banco de mármol blanco, completamente vacío, cubierto por
una pátina no tan fina de polvo, parece decir algo que yo no alcanzo a comprender.
En el salón no hay sillones y un televisor del siglo pasado descansa sobre
el suelo porque alguien se llevó tiempo atrás el mueble que lo soportaba. En el
revistero un par de periódicos amarillos de tiempo datan de octubre del noventa
y cinco. Sigo andando por la casa -¿o por mis pensamientos?- sin rumbo
aparente.
Camino perdido en un mundo que no es mío. Me da la sensación de que se me
escapa algo. Todo a mi alrededor parece formar parte de una cósmica jugarreta
que no logro descubrir. El silencio de las paredes, de las estanterías y de los
libros, de las ventanas y hasta del aire es una suerte de silencio burlón. Hay
en esta casa una historia increíble que anda sepultada por una capa gruesa de
polvo y años, y hay dentro de mí una historia oculta por otros tantos años por
venir.
¿Es que acaso todas las fuerzas del universo se han conjugado para
cerrarme los ojos y los oídos? Y en medio de la casa silenciosa caigo de
rodillas y una lágrima huye mejilla abajo en busca de un libro ya cerrado y de
otro que todavía no se ha escrito.
Extraño y misterioso, pero muy bien escrito. Te felicito, aunque creo que me falta descifrar a qué te refieres.
ResponderEliminar¿Puede que a la vida que aún nos queda por vivir, es decir, el libro que aún no se ha escrito?
Bueno, es un poco más personal. Sí, el libro que no se ha escrito es lo que queda por venir, pero el que está cerrado es una segunda alegoría más... íntima. Quizá te lo explique algún día.
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