martes, 21 de agosto de 2012

Conciencia


A veces soy capaz de ver mi conciencia. Yo no sé cómo será tu conciencia, pero la mía es muy poca cosa. Es una habitación blanca sin paredes ni techo, solamente un suelo infinito, blanco en todas direcciones. Y en medio de la habitación hay un espejo de plata, grande, muy grande. Y enfrente del espejo estoy yo, desnudo, despojado de cualquier defensa, de cualquier armadura, de cualquier arma, de cualquier ropa. Solamente yo mismo frente al espejo.
Dicen que hay gente que tiene la cabeza bien amueblada. Yo me imagino un ir y venir de hombrecillos diminutos por dentro de la cabeza de alguien arrastrando sillas y mesas y armarios con vajillas caras. Y escritorios del siglo XVIII con aire abigarrado, y pesados relojes de oro con toda clase de animales esculpidos en ellos, y un guirigay por todas partes, con los muebles arrastrándose por doquier, y los hombrecillos gritando improperios. “¡Ey, cuidado con mi cabeza!”. “¡¿Qué hace ahí tu cabeza, es que no ves que estoy llevando una mesa?!”. “¡Eh, tío, ¿qué coño te pasa? Relájate!”
Y es que además en estas cabezas bien amuebladas están siempre de reformas, y otros hombrecillos barrigones han construido un andamio altísimo y están tapando goteras con un poco de escayola para salir del apuro. Tienen, además, una radio encendida a todo volumen. Se escucha “Los Cuarenta Principales” en toda la manzana.
Y así es como me imagino yo una cabeza bien amueblada. En cambio mi conciencia no tiene más muebles que ese inmenso espejo argentado. Y yo mismo me siento frente al espejo y lloro. Quizá tengo algún tipo de anorexia moral, porque cada vez que me veo reflejado en el espejo de mi conciencia me veo peor.
Esta mañana, por ejemplo, le he pegado una colleja a mi hermano pequeño porque me iba ganando en un juego de mesa. Entonces él se ha puesto a llorar y a mí me ha costado horrores pronunciar “lo siento”. Después me he visto irremediablemente reflejado en el espejo de mi conciencia  y mi personal Pepito Grillo ha enviado un verdugo contra mí.
Su verdugo es una especie de basilisco que me corroe las entrañas. Es una sensación parecida a estar enamorado, pero en lugar de querer a alguien te odias a ti mismo.
Y por último estoy aquí sentado, frente a una página en blanco, tratando de describir mi conciencia. Y mi reflejo anoréxico me observa con cara de pocos amigos desde el espejo, y me pregunto si realmente existe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario