A veces
soy capaz de ver mi conciencia. Yo no sé cómo será tu conciencia, pero la mía
es muy poca cosa. Es una habitación blanca sin paredes ni techo, solamente un
suelo infinito, blanco en todas direcciones. Y en medio de la habitación hay un
espejo de plata, grande, muy grande. Y enfrente del espejo estoy yo, desnudo,
despojado de cualquier defensa, de cualquier armadura, de cualquier arma, de
cualquier ropa. Solamente yo mismo frente al espejo.
Dicen que
hay gente que tiene la cabeza bien amueblada. Yo me imagino un ir y venir de
hombrecillos diminutos por dentro de la cabeza de alguien arrastrando sillas y
mesas y armarios con vajillas caras. Y escritorios del siglo XVIII con aire
abigarrado, y pesados relojes de oro con toda clase de animales esculpidos en
ellos, y un guirigay por todas partes, con los muebles arrastrándose por
doquier, y los hombrecillos gritando improperios. “¡Ey, cuidado con mi
cabeza!”. “¡¿Qué hace ahí tu cabeza, es que no ves que estoy llevando una
mesa?!”. “¡Eh, tío, ¿qué coño te pasa? Relájate!”
Y es que
además en estas cabezas bien amuebladas están siempre de reformas, y otros
hombrecillos barrigones han construido un andamio altísimo y están tapando
goteras con un poco de escayola para salir del apuro. Tienen, además, una radio
encendida a todo volumen. Se escucha “Los Cuarenta Principales” en toda la
manzana.
Y así es
como me imagino yo una cabeza bien amueblada. En cambio mi conciencia no tiene
más muebles que ese inmenso espejo argentado. Y yo mismo me siento frente al
espejo y lloro. Quizá tengo algún tipo de anorexia moral, porque cada vez que
me veo reflejado en el espejo de mi conciencia me veo peor.
Esta
mañana, por ejemplo, le he pegado una colleja a mi hermano pequeño porque me
iba ganando en un juego de mesa. Entonces él se ha puesto a llorar y a mí me ha
costado horrores pronunciar “lo siento”. Después me he visto irremediablemente
reflejado en el espejo de mi conciencia
y mi personal Pepito Grillo ha enviado un verdugo contra mí.
Su
verdugo es una especie de basilisco que me corroe las entrañas. Es una
sensación parecida a estar enamorado, pero en lugar de querer a alguien te
odias a ti mismo.
Y por
último estoy aquí sentado, frente a una página en blanco, tratando de describir
mi conciencia. Y mi reflejo anoréxico me observa con cara de pocos amigos desde
el espejo, y me pregunto si realmente existe.
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