Decidí buscarla, muchos años después. No sé qué me
movió a hacerlo, pero lo hice.
Entré en la papelería y seguía estando allí. La
acompañaba un muchacho joven y fuerte que, a juzgar por las canas de Nieves,
debía ser su hijo. Me acerqué a ella, le sonreí y le dije: “Hola”. Ella me miró
a los ojos y me dijo: “Buenos días, ¿qué desea?”. No vi un destello de reconocimiento
en sus ojos, ni un despojo de complicidad en su sonrisa. Ella no sabía quién
era yo, y, por supuesto, no sabía que la conocía, ni mucho menos que yo la
había amado en secreto cuando teníamos quince años y una vida por delante.
Me aplastaron la realidad y mi cobardía. Al final
acabé comprando un par de lápices y una goma de borrar y, si hubiese podido,
hubiese comprado una oportunidad de volver a aquellos años y decirle lo que
sentía.
Me encanta.
ResponderEliminarTiene todo lo que ha de tener un microrrelato; brevedad, intensidad, economía, un conflicto original y un final como un mazazo...
Muy bueno, Teo, sí señor.