Escribir. Es fácil. Es tan sencillo –tan complicado-
como soñar. Simplemente coge un bolígrafo y una hoja de papel, y empieza a
soñar. Deja que la pluma baile entre tus dedos. ¿Cómo te sientes? ¿Estás
triste? Usa palabras melancólicas. Tardes grises – o en italiano, más tristes
aún, sere nere- lluvia, viento huracanado, incomprensión, miedo, la cara entre
las manos, un rincón oscuro y no querer saber nada de nadie. Pero no tienes
motivos para estar triste. ¿Que estás feliz? Pues levántate del rincón oscuro,
ponle música de fondo -¿un arpegio de guitarra española?- y baila bajo la
lluvia. De pronto, estallas en una carcajada colosal, fascinada porque escribir
es fácil, y parece que Dios escucha tu risa y no puede evitar sonreír. Y ya se
sabe que cuando Dios sonríe las nubes ya no lloran, y el sol vuelve a lucir en
el cielo azul.
Y de repente te das cuenta de que huele a hierba
mojada, y te sorprendes de que vives. Caes de rodillas y arrancas unas flores
silvestres, salvajes, superlativas. ¡Oh, qué delicia! Y de pronto vuelves a la
realidad y ves que sigues en tu escritorio, con la respiración entrecortada,
con la pluma entre las manos –no era más que un boli bic- y preguntándote qué
ha sido de la lluvia y la hierba mojada, y las flores y los sueños. Entonces
ves que siguen ahí ocultos en forma de palabras, y tu corazón se ensancha de
nuevo y te preguntas cómo habías podido vivir tanto tiempo sin escribir.
Y tienes un flashback; recuerdas que tienes
vergüenza de escribir. Entonces en tu interior luchan dos sentimientos
opuestos. Quieres –necesitas, reconócelo ya- escribir, pero tienes una
vergüenza atroz. ¿Qué dirá la gente? ¡Es que para escribir tendrías que
descubrir tus sentimientos más profundos! Por favor. ¿Acaso no sabes que todos
somos humanos? Todos tenemos las mismas grandezas y las mismas miserias. Tus
logros son los de todos. Tus fracasos, de la humanidad entera. ¿Piensas de
verdad que eres la primera en enamorarse? ¿Qué nadie antes de ti se ha dado
cuenta de lo hermosa que es una puesta de sol, un amanecer en la playa, un
almendro en flor, una sonrisa auténtica, un beso furtivo…?
Pues sí, amiga, escribir es decir lo que todos
sabemos pero nadie dice. Escribir es sacar a relucir esas palabras -¡benditas
palabras!- que cambiarán el mundo. Escribir es soñar tus particulares sueños,
que son, paradójicamente, nuestros sueños colectivos. Escribir es vivir.
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