Mis pasos sonaban
silenciosos entre los libros. La luz de un atardecer de primavera se colaba por
el ventanal como una novia celosa de su amado, y el silencio oprimía mis oídos y
mi corazón.
Me senté en el suelo
cruzando las piernas y observé todo a mi alrededor. Las estanterías se alzaban
infinitas hasta el techo, repletas de historias. Todos los libros parecían
susurrar al mismo tiempo… pero hablaban bajito, tan bajito que yo no alcanzaba a
entender lo que decían.
Desenterré un libro al
azar, oculto bajo una pesada capa de años y polvo. El papel amarillento se
escurría entre mis manos, y la historia que escondía cruzaba a toda velocidad
ante mis ojos.
Pronto estuve surcando
el océano en un navío como el de Espronceda. Me aturdía el ruido de los cien
cañones por banda y el aire salobre me impregnaba por completo. El capitán me
gritaba algo incomprensible. ¡Fuego! Los cañones soltaron otra andanada. El
bajel pirata se acercaba a todo trapo, cortando el mar sobre las olas. Se me
encogió el corazón al ver aquel barco alzarse imponente en el horizonte.
Una ola salvaje hizo
volcar a nuestro navío, y todo iba hacia el fondo. Logré agarrarme a una tabla
de madera, pero una embestida brutal me derrumbó. Era la embestida de una tapa
que se cerraba.
Todavía tenía la
respiración entrecortada y la garganta reseca por el agua del mar cuando me di
cuenta de que estaba allí sentado en el suelo. Decidí que aquel libro no era
para mí. Yo necesitaba una historia de amor.
Escogí un libro con una
tapa llena de flores y un título hortera. Me senté a leerlo, y pronto paseaba
por las calles de Roma de la mano de Paola, mi amor de verano. Todo era
perfecto: la brisa de una noche estival en Italia, el aroma de los campos del Lacio, el reflejo de la luna en su pelo… pero entonces ella me dijo que
teníamos que hablar seriamente. Le mudó el semblante de tal modo que decidí no
saber jamás lo que Paola tenía que decirme. Cerré el libro de encuadernación
florida y busqué otra cosa.
Cuando el sol ya
abandonó por completo la habitación yo estaba emocionado leyendo el manual de
montaje de una estantería Sjöfbur de Ikea. Todavía aguantaba la respiración en
el momento de introducir los tornillos del número tres en las ranuras
interiores, y solamente pude dar un suspiro de alivio cuando la última balda
estuvo ajustada según mis planes. Entonces sonreí contento: había encontrado el
libro que buscaba.
Cuando yo cerré tras de
mí la puerta, miles de historias lloraron amargamente su orfandad. El náufrago
que fue rey y el enamorado que se casó con su amor verdadero nunca llegaron a
conocerme. Y en un libro arrinconado alguien lloraba pensando que yo nunca
aprendería a usar mi libertad.
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