domingo, 10 de junio de 2012

Sueños

Este relato corto lo escribí pensando en un concurso sobre los sueños de juventud, pero finalmente no lo presenté, así que he decidido desenterrarlo para morerescultural. Espero que os guste.


El sol de la mañana doraba su torso desnudo. Los brazos tostados, como el pecho, estaban manchados de mil colores. Su sombrero ancho de paja le ensombrecía los ojos verdes, fascinantes, extraordinarios, ventanas del alma; capaces de expresar el amor más apasionado y el odio más profundo.

Y esos ojos miraban con expresión vivaracha un lienzo a medio pintar. Se veían las líneas dibujadas a carboncillo por debajo de una fina capa de pintura muy aguada. Aquello que pintaba apenas era todavía el sueño de un cuadro que iba tomando forma.

Y dejaba soñar a su pincel. Soñaba cosas maravillosas. Una pintura inmensa, eterna, capaz de decir un millón de cosas a quienquiera que la viese. Cuatro pinceladas bien dadas y parecía que la luz quedara atrapada en el pigmento. Vivía pintando sus sueños y soñando sus pinturas. Y nunca se cansaba de soñar. Soñó cosas altísimas. Soñó un viaje en barco. Soñó que surcaba los océanos con la más atrevida de las tripulaciones. Soñó que atravesaba cien tormentas y gritaba al viento mil canciones de piratas.

Soñó un océano infinito, y que era todo para él. Soñó que era su barco su tesoro, su dios, la libertad, su ley, la fuerza y el viento, su única patria, la mar. Y soñó el ruido ensordecedor de los cañones de bronce, y los gritos de “al abordaje”, y las victorias, y las derrotas. Soñó que en su travesía se enfrentaba a lobos de mar y a los demonios de las profundidades, que cortaba la cabeza de Medusa y se ataba al palo mayor para evitar a las sirenas. Soñó que en su periplo lo acompañaban algunas personas extraordinarias, por quienes hubiera dado, sin pensarlo dos veces, la vida entera. Y soñó que un día, cansado ya de navegar, abandonaba su navío para que otro marinero con ansias de aventura lo encontrase, y embarcaba en un velero de blancas velas que avanzaba sin necesidad de viento para poner rumbo por fin y para siempre a Ítaca.

Y cuando el sol ya se ponía y sus brazos tostados se habían vuelto fláccidos, y su sombrero de paja se le cayó de la cabeza y sus ojos verdes se hundieron todavía más, y su pelo se volvió gris y su barba cana, firmó el lienzo, guardó los pinceles, y toda su vida (vivida, soñada) quedaba atrapada sobre la tela.

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